Desnutridos, hambrientos y… obesos: las caras de la pobreza

Organizacion panamericana de la salud

Nada como la sabiduría popular: «buen gusto tenemos, lo que no tenemos es dinero». Y aunque la fórmula pueda parecer simplista cuando se trata del problema de la obesidad, los estudios muestran una tendencia creciente al exceso de peso en las personas de bajos recursos.

«Se puede afirmar que los pobres no comen lo que quieren, ni lo que saben que deben comer, sino lo que pueden», escribió Patricia Aguirre, especialista del Ministerio de Salud y Acción Social, Dirección de Salud Materno Infantil de Argentina.

«Las restricciones al acceso a los alimentos determinan dos fenómenos simultáneos que son las caras de una misma moneda: los pobres están desnutridos porque no tienen lo suficiente para alimentarse y son obesos porque se alimentan mal, con un desequilibrio energético importante», continuó Aguirre. «Los alimentos que tienen a su alcance son productos industrializados, de producción masiva, indiferenciados y baratos».


El artículo «La obesidad en la pobreza: un problema emergente en las Américas», de los doctores Manuel Peña y Jorge Bacallao, refiere que en São Paulo, Brasil, en un estudio de 535 familias (2.411 individuos) de una población urbana marginal se observó que el 30 por ciento de los niños presentaba un déficit relativo de estatura y que el 5,8 por ciento de los varones y el 6,8 por ciento de las niñas tenían exceso de peso. Además, el 9 por ciento de los miembros adultos de las familias eran obesos. «Esos hallazgos demuestran la coexistencia de la malnutrición y la obesidad en el mismo escenario», concluye el texto, que forma parte del libro La obesidad en la pobreza, publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Aguirre, ejemplifica la situación a partir del área metropolitana de Buenos Aires, el principal conglomerado urbano de Argentina, donde los precios de las frutas y verduras, las carnes magras y los lácteos tienden a aumentar más que los promedios de la inflación. Entonces, «los pobres seleccionan alimentos ricos en carbohidratos, grasas y azúcares que aunque les impiden gozar de una nutrición adecuada, satisfacen su apetito, se integran bien a su patrón de consumo tradicional y a sus pautas de comensalismo (comidas colectivas)», concluye.

Según la especialista, la industria de la alimentación favorece ese comportamiento al segmentar la oferta y comercializar productos masivos, de baja calidad y mayor contenido de grasas y azúcares que son dirigidos a los sectores con menor poder adquisitivo.

De la misma opinión, Peña y Bacallao dicen que la industria alimentaria ofrece diversos alimentos de alta densidad energética (ricos en grasas y azúcares) pero deficientes en otros nutrientes esenciales. «Su gran poder de saciedad, su sabor agradable y su bajo costo los hacen socialmente aceptables y son los preferidos de los grupos más pobres».

Sin duda, el factor educación, la promoción de hábitos alimentarios saludables, tiene un peso en la forma en que come la población de bajos ingresos.

Las desigualdades en el acceso a los mensajes de promoción de la salud, a la educación sanitaria y a los servicios adecuados de atención de la salud impiden conocer la importancia de los cambios de comportamiento necesarios para lograr un modo de vida más sano, lo que implicaría evitar los factores de riesgo para las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a la nutrición, como algunas cardiopatías, la diabetes, la hipertensión, algunos tipos de cáncer, la osteoartritis y la osteoporosis, entre otras.

«Una idea muy difundida es que la mala nutrición es el resultado del desconocimiento; que los pobres arman sus canastas de consumo con pan y fideos porque ignoran las características de una alimentación adecuada», dice Aguirre. Pero se han hecho estudios que desdicen este mito y cuyo análisis indica que «el patrón alimentario se mantiene estable pero que la caída global del consumo de alimentos no puede atribuirse solamente a un problema de educación sino, también, de acceso».

La obesidad y el sobrepeso han sido históricamente subestimados en América Latina y el Caribe, porque se les percibía como problemas remotos que pertenecían a contextos socioeconómicos de abundancia, insignificantes ante la desnutrición por falta de proteínas y a otras deficiencias específicas asociadas con la pobreza. La realidad actual de los países del área ha mostrado que ésta era una concepción errónea.

Esa tendencia a la obesidad «no debe ser interpretada como un signo externo concomitante con el fenómeno del desarrollo», dijo el Dr. George Alleyne, Director de la OPS. «…Es engañoso suponer que en los países de América Latina y el Caribe la obesidad es el mismo subproducto nocivo del exceso que caracteriza a las sociedades de ingresos altos».

«Además, es un error pensar que las acciones que algunos países ricos han emprendido para enfrentar los efectos adversos de la obesidad y el sobrepeso pueden copiarse o adaptarse: el problema es otro, esencialmente diferente y probablemente más grave en los países pobres», concluyó el Dr. Alleyne.

La OPS, que funciona como la Oficina Regional para las Américas de la Organización Mundial de la Salud, fue establecida oficialmente en 1902 y es la organización de salud más antigua del mundo, trabaja con todos los países de las Américas para mejorar la salud y elevar los estándares de vida.