- Hasta 12 áreas del cerebro parecen estar involucradas en el sentimiento del amor
- El sentimiento amoroso provoca alteraciones neuronales en áreas del cerebro relacionadas con la percepción
- El cerebro de los hombres y el de las mujeres no se comporta de igual forma ante el amor
- El amor y el odio estimulan algunas de las mismas regiones cerebrales
En la última década, y gracias al avance de las técnicas de neuroimagen, se han llevado a cabo diversos trabajos que han descubierto las bases neurológicas del amor. En el Día de San Valentín, la Sociedad Española de Neurología (SEN) quiere recordar la implicación de los procesos neuronales que se producen en nuestro cerebro en este sentimiento tan característico del ser humano: Es nuestro cerebro el que se enamora.
13 de enero de 2012.- Es principalmente gracias a los avances que se han producido en las técnicas de neuroimagen lo que ha permitido determinar gran parte de los circuitos cerebrales, las estructuras neuronales y los neurotrasmisores que hacen que nos enamoremos. En la última década, se ha publicado un importante número de estudios que han puesto al descubierto el papel que juegan varias partes de nuestro cerebro (el hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens, el área tegmental frontal, etc.) en el amor. Estas investigaciones también apuntan a que tanto el amor como la fidelidad poseen una clara base neurológica, donde neurotransmisores como la adrenalina, la dopamina, la serotonina, la oxitocina, vasopresina, etc. son elementos fundamentales para comprender por qué nos enamoramos.
“Algunos de los trabajos más recientes han sido realizados por la Dra. Stephanie Ortigue quien estimó que hasta 12 áreas de cerebro humano están involucradas en el sentimiento del amor”, explica el Dr. Jesús Porta-Etessam, Director del Área de Cultura de la SEN. La Dra. Stephanie Ortigue fue incluso un poco más allá al considerar que sólo tardamos medio segundo en enamorarnos -puesto que es el tiempo que tarda nuestro cerebro en liberar las moléculas neurotrasmisoras que generan las distintas respuestas emocionales- o que el sentimiento amoroso provoca alteraciones neuronales en áreas del cerebro relacionadas con la percepción, lo que puede explicar el hecho de que las personas enamoradas encuentren a su pareja mucho más especial que el resto.
Amor apego/amor deseo sexual
Gracias también a la utilización de técnicas de neuroimagen, la Dra. Helen Fisher determinó que la actividad neuronal es distinta según se trate de amor, apego a la pareja o deseo sexual, por lo que nuestro cerebro no se activa de igual manera en las relaciones duraderas que en las etapas iniciales de enamoramiento. Y, también, que el cerebro de los hombres y el de las mujeres experimentan el amor de forma distinta. “Mientras que los hombres, cuando se enamoran, parecen tener una mayor actividad en la región cerebral asociada a los estímulos visuales, en las mujeres se activan más las áreas asociadas a la memoria”, señala el Dr. Jesús Porta-Etessam.
Pero es probablemente al Dr. Semir Zeki -quien recientemente estuvo por primera vez en España invitado por la SEN como ponente en los Cursos del Escorial- al que podemos considerar pionero en el estudio neurológico del amor. “Una de sus múltiples investigaciones al respecto, muestra que tanto el amor como el odio estimulan algunas de las mismas regiones cerebrales. Pero mientras el amor parece inhibir parte de las zonas donde se procesan las ideas racionales, el odio las hiperactiva”, comenta el Dr. Jesús Porta-Etessam.
“Las técnicas de neuroimagen han permitido acercarnos al conocimiento de muchas de las conductas que caracterizan a los seres vivos. Estas investigaciones y otras muchas, han sido posibles gracias al estudio de la actividad de las distintas zonas cerebrales, lo que ha permitido comprobar que el funcionamiento de la mente no sólo se limita a los procesos cognitivos. Además, gracias a la neuroimagen, hemos podido avanzar en el estudio de los múltiples problemas generados por las patologías neurológicas como ictus, demencias o parkisionismos”, concluye el Dr. Jesús Porta-Etessam.