Para las personas que sufren de sobrepeso, adelgazar no sólo trae consigo una vida más saludable: si se confirman los datos de un estudio realizado con más de 1000 personas en los Estados Unidos, la desaparición de las reservas de grasa libera peligrosas toxinas medioambientales en la corriente sanguínea.
“Si no baja de peso, en poco tiempo ingresará en la clínica con un infarto al miocardio.” Casi todos los médicos generales han ofrecido alguna vez este consejo a algún paciente, si su índice de masa corporal (IMC) superaba el valor de 30. La necesidad expresar este tipo de advertencias se hace cada vez más frecuente. Según los datos del Instituto Robert-Koch, el índice de obesidad entre la población adulta, tanto masculina como femenina, aumentó del 12,5% en 2003 a alrededor del 16% el año pasado. Entre los jóvenes, el incremento aún resulta más pronunciado: de un 2,5%, el índice se elevó hasta 7,1 (chicos) y 5,4 (chicas).
Cuando se va la grasa, llegan los POPs en la sangre
Entonces: una alimentación sana, deporte, ¡y a perder los kilos! ¡Alto! No tan rápido. Si se confirman los resultados de un estudio llevado a cabo por nutricionistas coreanos, publicado hace algunas semanas en el International Journal of Obesity, el cuerpo reemplaza los kilos de menos (con la consecuente reducción de la carga cardiovascular) por una intoxicación “hecha en casa”, pues con la quema del panículo adiposo se liberan sustancias liposolubles que se habían almacenado junto con la reserva para los tiempos de vacas flacas. Quien pasa hambre con el fin de reducir su IMC, libera una cantidad considerable de los llamados contaminantes orgánicos persistentes (o POPs, del inglés persistant organic pollutants). Sustancias que conocemos de las noticias que tratan sobre la contaminación medioambiental, como por ejemplo el insecticida DDT, la dioxina o los suavizantes PCB (policloruro de bifenilo).
Los primeros estudios que exponían la sospecha de la existencia de concentraciones elevadas de toxinas en la sangre después de una reducción del peso se realizaron hace unos diez años. Sin embargo, en ellos sólo se midieron los resultados poco tiempo después del descenso de peso, de modo que la cuestión acerca de si la elevada concentración sanguínea de POPs se reducía una vez desaparecida la grasa quedaba sin respuesta. Duk-Hee Lee y sus colegas de la Universidad Nacional Kyungpook, en la ciudad coreana de Daegu, analizaron los datos de los 1099 participantes (mayores de 40 años) en un estudio norteamericano de salud y nutrición a gran escala. Los investigadores se confiaron en las indicaciones de masa corporal un año y diez años antes del estudio proporcionadas por los mismos participantes. La concentración de las toxinas en las pruebas de suero sanguíneo se determinó mediante cromatografía de gases.
En las siete toxinas estudiadas se registró una correlación marcadamente negativa entre la variación del peso y la concentración en el suero sanguíneo. Los coeficientes para los diversos derivados de PCB y DDT registraron un valor de -0,2 dentro del lapso de diez años. Quienes aumentaron de peso redujeron su concentración sanguínea de POPs en un grado mayor que aquellos participantes que mantuvieron su ICM estable. Las correlaciones de las variaciones de peso dentro de un período de un año también fueron significantes, aunque notablemente más débiles.
Incremento de un 388%
Estudios similares deberán señalar si estos datos se pueden trasladar a Alemania, pues los Estados Unidos son uno de los pocos países que hasta la fecha no han ingresado en el Convenio de Estocolmo (que regula la fabricación y propagación de POPs), y sólo una medición actualizada podrá determinar si con la reducción de estas toxinas en el medio ambiente y en los alimentos se ha mejorado en algo el estado de las cosas. Porque de acuerdo a algunos análisis llevados a cabo en Canadá hace algunos años, la tendencia continúa a pesar de que este país sí ha firmado el mencionado convenio. Así, por ejemplo, Normand Teasdale, de Québec, estudió a un grupo de obesos mórbidos que se sometieron a una cirugía bariátrica y perdieron cerca del 45% de su masa corporal. Los enlaces clororgánicos se incrementaron en un 388%.
Saludables en barriga y alma
Con la creciente tendencia a la corpulencia aumentan los riesgos para los sistemas cardiovascular y de abastecimiento del cuerpo. Pero gracias a una investigación realizada en el año 2000 en Gales, se sabe que el aumento paulatino de peso en la madurez no es lo que conduce a una mayor mortalidad, sino sobre todo el sobrepeso en años juveniles. Quien fue gordo a los 18 años probablemente morirá antes que el cincuentón bien nutrido que acumuló sus “michelines” durante los años más recientes. Además, en una publicación finlandesa del año 2005 se expuso que la mortalidad aumenta junto con la reducción deliberada de peso. Y, para terminar, una investigación realizada por neurólogos de la ciudad de Pittsburg el año pasado demuestra que, cuando se lo somete a una dieta excesiva, no sólo sufre el cuerpo, sino también el sistema nervioso central. Las personas de mayor edad con un IMC demasiado bajo o que sufren una pérdida acelerada de masa corporal presentan un riesgo más elevado a sufrir desórdenes mentales asociados con el Alzheimer y la demencia que sus coetáneos con una delgadez aceptable o con un ICM estable.
¿Ser flaco enferma?
¿Implica esto que deberíamos revisar nuestras nociones acerca de la relación entre la enfermedad y la masa corporal? Hasta ahora (pensaban la mayor parte de médicos), una dolencia aguda o crónica se encarga de proporcionar una cura de adelgazamiento involuntaria. Pero es posible que la relación causal sea a la inversa. Según los autores del estudio coreano, esto por lo menos proporcionaría una explicación al menor riesgo de infarto al miocardio que presentan los casos de ganancia leve de peso. También Hans Hauner, de la cátedra de Medicina Nutricional de la Universidad Técnica de Munich, conoce las consecuencias del almacenamiento y la liberación de toxinas medioambientales en los tejidos adiposos del cuerpo. “Mientras que estas toxinas puedan ser eliminadas del cuerpo mediante otros mecanismos, esto no necesariamente implica una desventaja”, explica Hauner a DocCheck, “sin embargo, tampoco se pueden descartar efectos tóxicos a corto plazo”.
Quien aconseja una dieta estricta a un paciente afectado de sobrepeso sin controlar al mismo tiempo el índice de toxinas indeseables en su sangre, está actuando irreflexivamente. Lo más probable es que la intoxicación resultante conduzca más rápidamente a su muerte que la sobrecarga para el metabolismo como consecuencia de los kilos de más.
- Autor: Philipp Graetzel
- Fuente: DocCheck Noticias