Una investigación proporciona las primeras evidencias experimentales sobre las diferencias entre cenar temprano o hacerlo tarde, incluyendo en el último caso una elevación de los niveles de insulina, de glucosa en ayunas, de colesterol y de triglicéridos.
NC&T, Junio 2017
En efecto, se ha descubierto que comer a altas horas de la noche puede ser más peligroso de lo que pensamos. En comparación con cenar más temprano, retrasar nuestra cena puede conducirnos a un aumento del peso, de los niveles de insulina y del colesterol, así como afectar negativamente al metabolismo de la grasa y a los marcadores hormonales implicados en enfermedades cardiacas, diabetes y otros problemas de salud, según los resultados obtenidos por investigadores de la Escuela de Medicina Perelman, en la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos.
Lo descubierto por el equipo de Namni Goel ofrece la primera evidencia experimental sobre las consecuencias metabólicas de cenar tarde de forma continuada, en comparación con lo que ocurre cuando se suele cenar temprano.
En el estudio, se sometió a nueve adultos con un peso saludable a dos situaciones, una de alimentación diurna (por ejemplo, tres comidas principales y dos refrigerios, entre las 8 de la mañana y las 7 de la tarde) durante ocho semanas, y otra de alimentación en horario más desplazado (por ejemplo, tres comidas principales y dos refrigerios, entre el mediodía y las 11 de la noche) también durante ocho semanas. Hubo un periodo de recuperación de dos semanas entre las dos situaciones para asegurar que no se arrastraba ningún efecto de una a la otra. El periodo de sueño se mantuvo constante, entre las 11 de la noche y las 8 de la mañana aproximadamente.
«La caída de la noche desencadena en nuestro cuerpo una serie de cambios que hacen aconsejable no cenar muy tarde.
Se sometió a los participantes a un análisis al principio, después de la primera situación, después de las dos semanas de recuperación y después de la segunda situación. Esto permitió al equipo de investigación medir cambios en el peso, el metabolismo y la energía usada, y aseguró que las dos semanas de recuperación permitían que todas las medidas regresaran al punto de partida antes de la siguiente situación.
El equipo halló que cuando los participantes comían tarde, en comparación con la situación diurna, se incrementaba el peso. El cociente de respiración, es decir, la proporción entre el dióxido de carbono producido por el cuerpo y el oxígeno consumido por este, que indica qué macronutrientes están siendo metabolizados, también se elevó durante el periodo en el que los sujetos de estudio comieron tarde. Esto indica que comer tarde llevaba a metabolizar menos lípidos y más carbohidratos. Los investigadores hallaron que en dicho periodo de comidas tardías también se incrementaron, de un modo que denotaba perfiles metabólicos negativos, varias otras medidas, incluyendo los niveles de insulina, de glucosa en ayunas, de colesterol y de triglicéridos.
Examinando el perfil hormonal de 24 horas, encontraron asimismo que durante la situación en que se cenaba temprano, la hormona grelina, que estimula el apetito, alcanzó su punto máximo durante el día, mientras que la leptina, que nos mantiene saciados, lo hacía más tarde. Este ciclo hormonal parece ser el más adecuado para evitar el sobrepeso por mala gestión de la alimentación.
Dado que los ciclos de sueño y vigilia eran constantes, los niveles de melatonina también permanecieron constantes en ambos grupos.
Fuente: Penn Medicine News