Declaraciones de Carlos Diéguez, presidente saliente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) en su 50º congreso nacional.
- La ingesta rápida de comida hace que el propio organismo no tenga tiempo a poner en marcha sus mecanismos de saciedad, por lo que se acaba comiendo «mucho más de lo que en otras circunstancias se habría hecho».
- Las grasas son menos saciantes que las proteínas, por lo que para sentir la sensación de saciedad es necesaria una mayor ingesta.
- Además de ingerir las comidas de forma pausada, otros consejos para regular el apetito se refieren a no comer entre horas y no ir a hacer la compra con el estómago vacío.
- Los últimos estudios han demostrado que existen personas con una base genética que les predispone a desarrollar adicción al chocolate.
Según ha puesto de manifiesto el investigador, Carlos Diéguez, «los inconvenientes de la comida rápida no se reducen únicamente al mero balance nutricional de los ingredientes que llevan, sino que alcanzan a la propia costumbre de comer en poco tiempo. Se ha constatado que en aquellas ocasiones en las que un individuo come de manera rápida o apresurada, los mecanismos biológicos que indican al cerebro la sensación de saciedad no se activan a tiempo, lo que se traduce en que la persona acaba ingiriendo mucha más cantidad de alimento y, consecuentemente, de calorías, por lo que si se practica de forma más o menos habitual puede tener unas consecuencias directas en un mayor sobrepeso o, incluso, obesidad».
Estas afirmaciones las ha realizado en el contexto del 50º congreso nacional de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), de la que Carlos Diéguez es presidente saliente. Subraya el experto que, «a medida que el estómago y el tracto intestinal reciben el alimento, experimentan cambios hormonales. Estas variaciones se transmiten a través del sistema nervioso central al hipotálamo, activando de esta manera la sensación de saciedad del individuo».
Por ello, Diéguez indica que durante una comida rápida una persona
«normalmente va a comer más de lo que lo haría en unas condiciones más relajadas». Así, las costumbres de muchas personas que en la actualidad comen de manera apresurada, «influyen de manera directa en su sobrepeso u obesidad». Por ello, aboga por una vuelta a una comida «en familia, reposada y tranquila, en la que los mecanismos de saciedad se activen de forma natural y se eviten así atracones e ingestas excesivas de alimento de forma habitual».
Adictos al chocolate
Otro de los temas tratados por el investigador en lo concerniente al control del apetito es el problema que experimentan determinadas personas para moderar su consumo de chocolate. Tal y como señala Carlos Diéguez, «existen personas con una adicción real al chocolate. Dicha sentencia se sustenta en una base científica. Los últimos estudios apuntan a que existe un determinado condicionante genético que hace que algunas personas sean adictas al chocolate mientras que a otras les provoca que no tengan apetencia por este alimento».
Más allá del componente hedonista derivado del placer que provoca para muchos el comer chocolate, esta predisposición genética puede tener al menos dos consecuencias. La primera se refiere a que las personas adictas al chocolate «acaban ingiriendo una cantidad mayor de calorías que las necesarias por desgaste diario, favoreciendo así la aparición del sobrepeso». Por otro lado, «también existe el riesgo de que estas personas dejen de lado diversos tipos de alimentos que son esenciales para el organismo porque simplemente el chocolate les gusta más».
Además del chocolate, Diéguez habla del papel de los genes «en las preferencias que algunas personas muestran por la ingesta de comidas ricas en hidratos de carbono o en grasas». En este sentido, abunda en el hecho de que el efecto saciante de las grasas es menor que el de las proteínas, «por lo que para sentirse saciado en una comida rica en lípidos, una persona habrá de ingerir una mayor cantidad de grasas que si la equilibrase con proteínas».
Mecanismos de saciedad
Hasta hace poco tiempo, los mecanismos de saciedad del organismo eran prácticamente desconocidos. Sin embargo, desde hace 10 años, «hemos ido conociendo más y más sobre ellos y se ha visto que son de una gran complejidad».
Entre los mecanismos de saciedad, tal y como explica, «por un lado, están los estímulos sensoriales, ya sean de origen visual, olfativos o gustativos, que son enviados a través del sistema nervioso central al cerebro». Otro tipo de estímulos los sitúa en el tracto gastrointestinal; «cuando el estómago está vacío, en estado de ayuno, manda unas señales estimuladoras del apetito que activan en el cerebro la sensación de hambre. De manera inversa, cuando ingerimos alimento, el tracto gastrointestinal manda otro tipo de señales al cerebro provocando la sensación de saciedad y reduciendo el deseo de ingerir más comida».
Sin embargo, junto a estos estímulos, «concurren otros componentes que juegan en contra del correcto control del apetito». Entre éstos señala el «componente hedónico», refiriéndose al placer que encuentran los humanos tomando determinados tipos de alimentos o disfrutando de ciertas situaciones sociales «que provocan un fenómeno de recompensa en los individuos que les lleva a comer incluso cuando no tienen hambre». Por último, otro componente lo constituye la predisposición genética que favorece la ingesta de determinados tipos de alimentos.