*ESCEPTICEMIA *
Francisco Grande Covián decía que para un pueblo es más fácil cambiar de religión que de hábitos alimentarios. Somos lo que comemos no sólo en un sentido estructural o bioquímico, sino que además los alimentos que tomamos y cómo los tomamos configuran en buena medida nuestra identidad. Así lo expresaba amargamente un vietnamita a propósito de la guerra con EE UU: ¿después de 30 años de guerra y de ocupación, nuestros hábitos alimentarios son la única cosa tangible que nos hace existir como pueblo¿. Sin embargo, sólo hay que echar la vista atrás tres o cuatro décadas para percatarse de qué manera han cambiado en la sociedad española la oferta y la demanda de alimentos, las viejas y las nuevas enfermedades asociadas a la dieta, el control sanitario y la seguridad alimentaria, los nuevos platos y las comidas exóticas, el perfil calórico y los problemas con las calorías, los gordos y los flacos, la información y las dudas de los consumidores, el prestigio de unos alimentos y el desprestigio de otros, las comidas familiares y, en fin, el conjunto de los usos y costumbres alimentarios.
Comer es lo que siempre ha sido, pero diferente. Nunca ha sido tan fácil elegir una dieta sana y equilibrada y, a la vez, tan difícil alimentarse correctamente. De la monotonía se ha pasado a la extrema diversidad; de la seguridad de una dieta tradicional equilibrada, a la inseguridad y el riesgo de equivocarse. Los expertos en nutrición llevan tiempo alertando de los desequilibrios de la dieta española, pero sigue creciendo el porcentaje de adultos y niños con sobrepeso y obesidad. El consumo de frutas y verduras, que era uno de los pilares de la dieta tradicional, está a unos niveles tan bajos que el Ministerio de Agricultura ha lanzado la campaña ¿Cinco al día¿ para concienciar a una población que, por otra parte, está saturada de eslóganes y mensajes sobre lo que hay que comer y lo que no hay que comer, los riesgo de tomar esto y los beneficios de tomar aquello. Nunca los ciudadanos han dispuesto de tanta información nutricional como ahora y, paradójicamente, nunca los ciudadanos han cometido tantos disparates nutricionales.
Quien se come hoy una lechuga o un pollo, además de añorar su sabor tradicional, no puede evitar plantearse qué sustancias tóxicas estará ingiriendo con estos alimentos. La sospecha de contaminación alimentaria ha sembrado la inquietud a la vez que ha revalorizado los llamados alimentos ecológicos. Pero la inseguridad y desconfianza de los consumidores son más profundas y tienen mucho que ver con la enorme cantidad de mensajes contradictorios que reciben sobre los supuestos riesgos y beneficios de determinados alimentos, cuando, por otra parte, los ensayos clínicos sobre nutrición son difíciles de hacer y aportan una evidencia científica muy limitada. Así pues, no es de extrañar que los consumidores, empachados, recelosos y perdidos, se entreguen a las dietas estrafalarias y añoren los tiempos en los que comer era algo más sencillo.
Autor: Gonzalo Casino