ESPECIAL NUTRIGUIA Investigación: ¿Por qué engordamos? II
El último número de la revista Perspectivas, editada por la Organización
Panamericana de la Salud (OPS), emplea el neologismo globesidad para
referirse a la tendencia mundial al aumento de peso, que considera
alarmante.
Según la OPS, la dinámica de la epidemia varía de acuerdo con las regiones.
Entre otras cosas, los estudios sobre la relación entre pobreza y sobrepeso
han identificado un número de factores socioeconómicos en juego. Algunos han
relacionado la baja estatura y el retraso en el crecimiento debido a la
malnutrición fetal y temprana con la obesidad en etapas posteriores de la
vida. Otros trabajos se centran en la importancia de los factores culturales
en los hábitos de vida.
Cómo influyen las hormonas en el apetito
Las últimas investigaciones muestran que el territorio del hambre y la
saciedad se regula básicamente como un gran imperio cuyos puestos
periféricos envían informaciones a la metrópoli, ubicada en el cerebro.
Según el endocrinólogo de la Universidad de Washington, Michael Schwartz,
las hormonas que participan en la regulación de la ingesta pueden dividirse
en dos grupos: uno que actúa rápidamente e influye en las comidas
individuales, y otro que actúa más lentamente para promover el equilibrio a
largo plazo de las reservas de grasa del organismo.
Los reguladores de largo plazo incluyen a la leptin a y la insulina .
Liberadas en el torrente sanguíneo en respuesta a la proporción de tejido
adiposo que contiene el cuerpo -en el primer caso por las células grasas y,
en el segundo, por el páncreas- inciden sobre el apetito estimulando o
inhibiendo a las neuronas del hipotálamo.
«La leptina es una molécula que informa al cerebro acerca del estado de
acopiamiento energético. Básicamente le dice estamos bien o nos estamos
quedando sin víveres … Actúa como el repositor del supermercado que
informa cómo están las góndolas -explica Rubinstein-. Hay una correlación
directa entre el nivel de leptina en la sangre y la cantidad de tejido
adiposo que existe en el cuerpo, pero lo que percibe el cerebro es la
variación. Es decir, una persona puede ser muy obesa, tener mucho tejido
adiposo, y por lo tanto tener mucha leptina circulante, pero si no come hace
cuatro horas y comienza a quemar más grasas, al bajar el nivel de esta
hormona en la sangre, el cerebro interpreta que tiene que comer. Además, los
obesos, que son los que más tejido adiposo tienen, son resistentes a la
leptina. Esto ocurre por el mecanismo de acción del receptor, que cuando se
estimula permanentemente es como un picaporte girado al máximo. Se traba,
por más que lo quieras abrir. Para abrirlo, hay que soltarlo y destrabarlo.
Por eso, los estudios clínicos mostraron que la leptina no funciona para el
tratamiento de la obesidad.»
El papel principal de la insulina es hacer ingresar la glucosa en los
músculos y regular sus niveles en la sangre. Pero las personas que tienen
demasiada insulina circulando sienten un hambre desesperante, comen más y
ganan peso.
La hormona ghrelin , que secreta el estómago, constituye otro tipo de señal
de alerta. Sus niveles se elevan abruptamente antes de las comidas, con el
estómago vacío, indicándole al cerebro que es hora de tener hambre, y
después caen igual de rápido, cuando el estómago está lleno.
El péptido YY3-36 , recientemente descubierto, es considerado una hormona
antihambre: redujo el 60% el apetito en individuos sanos a los que se les
ofreció un buffet libre . «Es producido después de comer por células
que tapizan el intestino delgado y el colon proporcionalmente al contenido
calórico de la ingesta», explicó el profesor Stephen Bloom, uno de sus descubridores.
Los niveles de YY3-36 en la sangre se mantienen altos entre las comidas y,
cuando se lo inyecta en roedores y seres humanos, inhibe la ingesta durante
las siguientes doce horas.
Para Schwartz, si lo que se desea es encarar tratamientos de obesidad que
permitan obtener resultados duraderos, habrá que determinar cómo estas
moléculas inciden en la decisión de comer. «Al parecer, los errores en este
sistema son habituales. La epidemia de obesidad global exige una comprensión
más detallada de estas operaciones básicas», afirma.
Autor: Nora Bär
De la Redacción de LA NACION