Consumir gran abundancia de alimentos vegetales: frutas, verduras, hortalizas, legumbres y frutos secos. Lo ideal es consumir cinco raciones de frutas y verduras diarias.
Cereales, pasta, pan, arroz y sus versiones integrales son alimentos imprescindibles por su elevado aporte de hidratos de carbono complejos, que deben consumirse a diario.
Utilizar el aceite de oliva como grasa de elección el la preparación y elaboración de todo tipo de platos (en crudo o cocinados).
Tomar pescado de forma regular y huevos con moderación.
Ingerir a diario una cantidad moderada de productos lácteos.
Optar sólo de manera ocasional por carnes rojas y a ser posible formando parte de platos a base de verduras y cereales.
Seleccionar a ser posible alimentos poco elaborados, frescos y poco procesados para realzar el sabor, aroma, color y textura.
La fruta fresca debería ser el postre habitual, y conviene reservar los dulces y postres para ocasiones especiales.
El agua es esencial en nuestra dieta. El vino es un alimento tradicional en la dieta mediterránea pero debe tomarse con moderación y siempre con las comidas.
Sin olvidar el ejercicio físico y llevar una vida activa, algo que contribuye a mantener un peso adecuado e incrementar los beneficios de este tipo de alimentación.