Reuters Health, 30 de Diciembre de 2002
Una dieta rica en aceite de pescado y productos de soja ofrece beneficios adicionales a los ya conocidos, dice un nuevo estudio en Japón.
Según las pruebas del informe, los hombres y mujeres que consumieron las cantidades más grandes de soja fueron las personas menos propensas a morir por cualquier causa durante el estudio.
Asimismo, los ácidos grados omega-3 hallados en el aceite de pescado y en pescados grasos como el salmón y la caballa estuvieron también asociados con un riesgo menor de muerte entre las mujeres, pero no entre los hombres.
El pescado y la soja son alimentos básicos de la dieta en Japón, que tiene el índice de esperanza de vida más alto del mundo, indicaron investigadores en una edición reciente del American Journal of Epidemiology.
Numerosos estudios han demostrado que la soja dietética, que contiene estrógenos vegetales conocidos como fitoestrógenos, puede inhibir algunas formas de cáncer y disminuir el riesgo de cardiopatía.
El aceite de pescado se asoció a una disminución del grado de inflamación corporal, menor formación de coágulos y mejores concentraciones sanguíneas de colesterol.
Sin embargo, la relación entre estas sustancias y la longevidad no está bien clara. Para estudiar esto, investigadores de la Universidad Gifu, en Japón, revisaron informes sobre alimentos entre cerca de 30.000 adultos japoneses.
Cerca de 2.000 personas murieron durante los siete años que duró el estudio.
Un análisis de los informes dietéticos reveló que fue menos probable que los adultos que estaban en el grupo del 25 por ciento superior, basado en su consumo de alimentos de soja, murieran durante el estudio, comparado con sus iguales que consumieron las menores cantidades de soja.
Se asociaron los ácidos grasos omega-3 a un riesgo menor de muerte por cualquier causa entre las mujeres pero no entre los hombres.
Se necesitan más investigaciones sobre la relación entre estas sustancias y enfermedades específicas como el cáncer, el accidente cerebrovascular y la cardiopatía, concluyeron Chisato Nagata y sus colegas.
Fuente: American Journal of Epidemiology 2002;156:824-831.