Científicos de la Universidad Nacional de Rosario y el CONICET (Argentina) descubrieron que la bacteria probiótica Bacillus subtilis tendría la propiedad de retardar el envejecimiento, prolongar la vida humana y mantener la vitalidad, a través de la colonización del intestino.
NC&T, Marzo 2017
Hasta el momento se sabía que esta bacteria producía un efecto beneficioso sobre la inmunidad innata -células y mecanismos que defienden al individuo de infecciones no específicas- lo que implica que brinda protección contra el desarrollo de enfermedades infecciosas, neurodegenerativas e incluso el cáncer.
“Ahora comprobamos que este probiótico también es capaz de prolongar la vida. De una expectativa de vida promedio a nivel mundial de 80 años, se podría pasar a una de 120 años de forma saludable” afirma el director del estudio, Roberto Grau.
Esta bacteria tiene la particularidad de formar esporas -células en reposo altamente resistentes- que al llegar al intestino germinan dando lugar a la bacteria activa que forma un biofilm sobre la mucosa intestinal, responsable de un incremento de la inmunidad innata del hospedador, la neuroprotección y aumento de la longevidad.
Estos efectos fueron probados sobre el gusano Caenorhabditis elegans dado que las vías regulatorias del envejecimiento de este animal están conservadas a lo largo de la evolución y básicamente son las mismas que las de los seres humanos, según explicaron desde el Laboratorio de Microbiología de la Facultad de Ciencias Bioquímicas de la UNR donde se realizó la investigación.
Además, se hallaron los genes para producir este efecto y la comunicación célula a célula entre la bacteria y sus predadores. “Los genes afectados están relacionados con dos procesos que regulan el envejecimiento: uno es el camino que depende de la insulina y el otro es el fenómeno de la restricción calórica”, explica el científico.
“Durante treinta años de investigaciones, fuimos recorriendo una trayectoria con esta bacteria y actualmente seguimos haciendo la investigación básica, pero paralelamente buscamos las aplicaciones de esos descubrimientos para mejorar principalmente la calidad de vida de las personas”, sostuvo el profesional.
En este sentido, hay algunos antecedentes de que el consumo de ciertos alimentos que contienen este probiótico, tiene un efecto beneficioso en prolongar la vida. La primera observación fue en 1903 sobre las poblaciones de Los Cáucasos, donde la expectativa de vida era de 45 años pero había personas que vivían más de 100. Una investigación relacionó las causa al consumo de una leche fermentada.
En países asiáticos como Japón, se consumen alimentos naturales como brote de soja fermentado con la bacteria bacilus subtilis que causaría un efecto beneficioso ya que este grupo de personas tienen índices de longevidad por sobre el promedio mundial.
Dado que hay una amplia gama de alimentos y bebidas en los se podría agregar el probiótico, actualmente los investigadores están desarrollando alimentos y golosinas con esta espora que tendrían que llegar al mercado en tres años aproximadamente ya que es necesario incorporar este basilus probiótico al código alimenticio argentino, según explica Grau y agrega que este tipo de esporas ya están aprobadas en Estados Unidos.
Cuando el equipo comenzó este trabajo hace dos años y medio la pregunta que se formuló fue si un probiótico podía producir un efecto extra a una persona sana, es decir si era posible retardar la muerte o alargar la vida de manera saludable, confiesa Grau.
“Esto en humanos es muy difícil de estudiar y uno debe esperar décadas Por ejemplo, los estudios que se hacen en monos tardan 40 o 50 años para saber si hubo efectos beneficiosos. Por ello, se buscan modelos animales más sencillos de estudiar pero asemejables a lo que ocurre en un humano”, expresa el científico.
“Trabajamos con un gusano que mide menos de un milímetro pero que tiene la particularidad de que los genes que regula su longevidad, su supervivencia, son homólogos a los genes que regulan el envejecimiento del ser humano”, concluyó.
Dirigido por el investigador independiente de la Facultad de Ciencias Bioquímicas de la UNR Roberto Grau, el equipo que desarrolló este trabajo está conformado por los científicos Verónica Donato, Facundo Rodríguez Ayala, Sebastián Cogliati. Carlos Bauman, Juan Gabriel Costa y Cecilia Leñini.
Fuente: Victoria Arrabal/Argentina Investiga