Consejo Europeo de Información sobre Alimentos
4ª Parte: ¿qué hemos aprendido de estudios previos?
Este artículo es el último de una serie dedicada a examinar la prevención de la obesidad infantil. En esta ocasión, vamos a analizar las conclusiones generales extraídas de estudios previos que puedan resultar útiles para proporcionar información y mejorar las intervenciones futuras.
Recientemente, se han llevado a cabo análisis muy completos con el fin de individuar las mejores estrategias para prevenir la obesidad infantil.1,2 Sin embargo, estas evaluaciones no han logrado definir un plan específico para futuras intervenciones, lo cual no resulta sorprendente dadas las diferencias en cuanto a ámbito de aplicación y diseño de los distintos estudios. No obstante, se han puesto de relieve varias consideraciones clave que servirán para guiar los programas de prevención de la obesidad infantil en el futuro.
Actividad física
Con el fin de evitar la reducción de peso en los niños que no la necesitan o las prácticas adelgazantes poco saludables y para prevenir la estigmatización de los niños con sobrepeso, cualquier intervención dirigida a la población infantil general debe centrarse en una alimentación saludable, un estilo de vida activo y fomentar una autoestima alta, en lugar de tener por objetivo la pérdida de peso o el peso corporal ideal.1 Los expertos descubrieron que la actividad física era un componente esencial de cualquier intervención destinada a disminuir el nivel de grasa corporal. Otra medida prometedora, es la reducción del tiempo dedicado a actividades sedentarias. Doak et al 2 destacan el éxito de las intervenciones dirigidas a reducir el tiempo que los niños pasan frente al televisor y recomiendan que este componente se incluya siempre que los niños pasen mucho tiempo viendo la televisión o jugando con el ordenador.
Participación de las partes interesadas
La razón por la cual no puede definirse una única medida para prevenir la obesidad es que cada situación requiere un enfoque distinto. Las iniciativas de mayor éxito son aquellas que adaptan el programa de intervención a las necesidades específicas de los niños (según su edad, sexo y origen étnico), trabajan de forma creativa teniendo en cuenta las instalaciones y capacidades disponibles y, sobre todo, tratan de conseguir la participación de las partes interesadas durante el desarrollo, la aplicación y la evaluación del programa. Las partes interesadas son aquellas personas a las que el programa de intervención afecta directamente, es decir, los niños, los profesores, los padres y las personas influentes de su comunidad. Su participación no sólo sirve para adaptar el programa a sus necesidades específicas, sino que también crea una sensación de pertenencia y la voluntad de tener éxito. La implicación de las partes interesadas es especialmente importante en los programas dirigidos a grupos minoritarios.
Ámbito y escenario de aplicación
Se confirma que el entorno escolar es un marco esencial para promover un peso adecuado ya que permite el acceso a la mayoría de la población infantil.1,2 Además de ser el lugar idóneo para sensibilizar a los niños acerca de un estilo de vida saludable, las escuelas pueden realizar cambios prácticos y positivos en la dieta y los patrones de ejercicio de los niños, ofreciendo comida sana en el comedor y creando oportunidades para la realización de actividades físicas durante las horas lectivas, los descansos y las actividades extraescolares. Lo ideal sería que las escuelas actuaran como centros de desarrollo de programas más extensos que impliquen a las familias y a toda la comunidad. No debe infravalorarse la influencia de los padres y la familia; por lo tanto, debe incorporarse al programa la sensibilización e implicación activa de los padres. Del mismo modo, la participación pública es fundamental para lograr la implicación de una comunidad más amplia y debe proporcionar capacidades, conocimientos y recursos para actuar en relación con problemas de salud comunitaria.
Lo importante es el cómo
Flynn et al (1) destacan el hecho de que las características personales del dirigente o coordinador del programa tiene un gran impacto en el éxito del mismo. Además de tener habilidades de comunicación y motivación, es importante que esta persona vaya a ser aceptada desde el punto de vista cultural y sirva como modelo de conducta. Por lo tanto, recomiendan que se tengan en cuenta las cualidades del coordinador del programa en el diseño del estudio y la preparación de la intervención.
Hacia un cambio positivo
La mayor parte de los estudios realizados hasta la fecha han provocado cambios a corto plazo que indicaban una mejoría (1,2) y, aunque hay quien argumenta que promover un peso adecuado en la población infantil puede tener efectos negativos en la imagen corporal propia y causar la estigmatización de los niños obesos o con sobrepeso, hay pocas pruebas que demuestren este hecho. Flynn et al (1) también sugieren que los programas a gran escala ideados para reducir la obesidad infantil podrían maximizar los recursos invertidos ampliándose a otras enfermedades crónicas como las enfermedades cardiacas y el cáncer, ya que las estrategias para prevenirlas son en esencia las mismas.
Referencias
- Flynn M.A.T. et al (2006). Reducing obesity and related chronic disease risk in children and youth: a syntheses of evidence with best practice recommendations. Obesity Reviews 7 (suppl 1): 7-66
- Doak C.M. et al (2006). The prevention of overweight and obesity in children and adolescents: a review of interventions and programmes. Obesity Reviews 7: 111-136