Los organismos genéticamente modificados se han cultivado desde hace más de 30 años, pero su uso no ha estado exento de polémica. Ahora, un exhaustivo informe de científicos estadounidenses confirma que estas plantas transgénicas no muestran riesgos para la salud ni para el medioambiente, aunque su resistencia a herbicidas podría suponer un grave problema agrícola.
Cultivo de maiz transgénico. /SINC
Agencia SINC, Mayo 2016
Desde los años 80, los biólogos han usado la ingeniería genética para crear características concretas en las plantas y que estas logren, por ejemplo, alargar la vida útil de las frutas, incluir mayor contenido vitamínico y tener una mayor resistencia a las enfermedades.
Sin embargo, ha sido este último aspecto el que ha tenido un mayor uso comercial. En los campos se ha extendido el cultivo de organismos genéticamente modificados (OGM) capaces de soportar el uso de herbicidas o de ser tóxicos para las plagas de insectos. Pero los beneficios y riesgos de estas plantas eran aún inciertos.
Tras examinar en profundidad cerca de 900 estudios y otras publicaciones sobre el desarrollo, uso y efectos de las características del maíz, soja y algodón, organismos genéticamente modificados desde hace 30 años, el comité de expertos de la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EE UU no halló evidencias sobre las diferencias en el riesgo para la salud entre transgénicos y plantas convencionales.
«Existen evidencias de que los cultivos transgénicos resistentes a los insectos sí han aportado beneficios a los humanos al reducir las intoxicaciones por insecticidas
Los científicos, que presentaron ayer el trabajo, buscaron detenidamente estudios y pruebas de los efectos adversos para la salud del consumo de OGM o de alimentos derivados, pero no encontraron ninguno. Según los trabajos realizados con animales sobre la composición química de los alimentos transgénicos, los investigadores revelan que no existen diferencias en el riesgo para la salud entre el consumo de transgénicos y alimentos convencionales.
Además, el informe recalca que los datos epidemiológicos disponibles no muestran asociaciones entre el consumo de OGM y ninguna enfermedad o condición crónica. De hecho, existen evidencias de que los cultivos transgénicos resistentes a los insectos sí han aportado beneficios a los humanos al reducir las intoxicaciones por insecticidas.
A todo esto se suma el hecho de que se están desarrollando cultivos transgénicos diseñados para el beneficio de la salud, como el arroz con mayor contenido en betacarotenos y así evitar la ceguera y la muerte causados por los déficits de vitamina A que sufren las personas que viven en países en vías de desarrollo.
Efectos en el medio ambiente
Por otra parte, el uso de este tipo de plantas no ha reducido la diversidad total de las plantas ni la vida de los insectos en las granjas. Los investigadores señalan en su informe que incluso en algunos casos estos cultivos resistentes a insectos ha permitido un incremento de la diversidad de insectos.
De este modo, los científicos tampoco encontraron pruebas de causa-efecto concluyentes sobre los problemas medioambientales de los transgénicos, ni siquiera en la transferencia de genes entre una planta transgénica y una especie pariente salvaje. Sin embargo, dada la complejidad de evaluar los cambios ambientales a largo plazo, los expertos aseguran que es difícil llegar a conclusiones definitivas.
«Algunas malas hierbas muestran resistencia al glifosato, el herbicida al que deberían ser resistentes los cultivos genéticamente diseñados.
En la agricultura, las evidencias indican que los cultivos genéticamente modificados de soja, algodón y maíz han permitido de manera general resultados económicos favorables para los agricultores, pero estos han variado en función de la abundancia de plagas, las prácticas agrícolas y la infraestructura empleada.
Pero en las granjas en las que no se mantuvieron estrategias de gestión para resistir a las plagas, existen insectos que están desarrollando resistencia al tipo de pesticidas. Además, en muchos campos algunas malas hierbas muestran resistencia al glifosato, el herbicida al que deberían ser resistentes los cultivos genéticamente diseñados.
Para el comité de expertos, es el producto y no el proceso para mejorar la genética de la planta lo que debería ser regulado, como demuestran informes previos de la Academia.