- Los especialistas alertan sobre las “dietas milagro” cuyo seguimiento se incrementa notablemente durante los meses de verano y pueden causar problemas en las funciones metabólicas, alterar la tensión arterial, la función renal, ocasionar deficiencias vitamínicas, caída del cabello, e incluso un aumento del peso final. En este amplio reportaje, diversos especialistas nos explican los aspectos más significativos aclarando algunas de las dudas más frecuentes
Medicos y Pacientes, agosto 2011
Se estima que la obesidad afecta a 150 millones de adultos y 15 millones de niños en Europa, es decir, al 20% de la población adulta y al 10% de la población infantil de nuestro continente. “Se trata de un problema de salud pública de primer orden, que se asocia a una gran comorbilidad y coste sociosanitario. Favorece la aparición de muchas enfermedades, siendo éstas más frecuentes que en las personas con peso normal”, afirma el profesor Tomás Lucas Morante, presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Así, diabetes, hipertensión arterial, hiperlipemia, colelitiasis y apnea del sueño aparecen 3 veces más en las personas con obesidad, mientras que la enfermedad coronaria, la artrosis y la gota se dan de dos a tres veces más. Además, según el profesor Felipe Casanueva, “en la actualidad, ya existen evidencias de que la presencia de obesidad conlleva un aumento del riesgo de algunos tipos de tumores, como el cáncer de mama o el cáncer de colon”.
A este respecto, el profesor Basilio Moreno, jefe de servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, hace hincapié en que el abordaje multidisciplinar de esta patología es más que necesario: “Es muy rentable tratar debidamente la obesidad; si somos capaces de adelgazar a un individuo, haciéndole mejorar sus condiciones de enfermedades asociadas, el tratamiento de la obesidad mejorará la dislipemia, la diabetes mellitus y la hipertensión arterial, por ejemplo”.
Se debe concienciar a la población de la importancia de tener un peso normal, pero no a cualquier precio. En este sentido, la recuperación del peso perdido tras una dieta de adelgazamiento es un fenómeno habitual que repercute muy negativamente sobre la salud y al que con frecuencia no se da importancia. Hoy en día, existe suficiente evidencia científica que relaciona la recuperación de peso tras dietas de adelgazamiento con múltiples comorbilidades como HTA y diabetes y con un aumento del peso final. “El síndrome de recuperación de peso del que todavía no existe una clara definición, se incrementa con el IMC de forma que hasta un 80% de pacientes con obesidad pueden sufrirlo o lo han sufrido en varias ocasiones y afecta predominantemente a mujeres”, explica la doctora Susana Monereo, coordinadora del Grupo de Trabajo de Obesidad de la SEEN.
Por todo ello, los expertos alertan sobre los efectos tanto del sobrepeso y la obesidad como de los efectos adversos de las dietas milagro o Yo-Yo, cuyo uso aumenta en los meses de verano. “Se trata de dietas no equilibradas que, además de tener un efecto yoyó por el que en un breve periodo de tiempo se recupera el peso corporal por encima del peso inicial, pueden causar problemas sobre el metabolismo, la función renal, ocasionan deficiencias vitamínicas, caída del cabello, entre otros efectos nocivos”, explica la doctora Monereo.
El riesgo de las “dietas milagro”
Todos los veranos aparecen nuevas dietas que “prometen” adelgazar rápido y de forma rápida: la dieta del grupo sanguíneo, del sirope de arce, de la sopa quemagrasa, del potito de bebé, la dieta Dukan, la dieta Atkins, la dieta del helado o la del batido, etc. Todas estas dietas tienen un denominador común: el efecto rebote o, dicho de otra manera, el efecto yo-yo. En palabras del presidente de la SEEN, “una dieta hipocalórica y monótona va a crear en el organismo una sensación constante de falta de energía, lo que llevará a almacenar reservas en cuanto la dieta vuelva a una cierta normalidad. En una o dos semanas nos pueden hacer bajar mucho de peso pero no lograrán mantenerlo en el tiempo e incluso harán que después aumente. Además, nos habrán creado ciertas deficiencias que pueden desembocar en algunas enfermedades”. En este sentido, todas ellas inducen déficits nutricionales severos, pérdida de agua y de masa muscular que pueden tener consecuencias negativas importantes a corto y largo plazo sobre la salud física y mental.
Por ello los especialistas quieren realizar una llamada de atención a la población general sobre el uso de estas dietas: si estás adelgazando y pierdes dos o más kilos a la semana, notas que los músculos han perdido volumen, tono y fuerza, te sientes excesivamente cansado, irritable y experimentas la necesidad de comer compulsivamente con alguna frecuencia incluso te cuesta conciliar el sueño por apetito, ponte en alerta, algo va mal. “Una excesiva caída de pelo aproximadamente un mes después de haber iniciado la dieta, fragilidad en las uñas, aparición de grietas en las comisuras de los labios, mareos, palpitaciones o calambres son signos de que se está entrando en un cuadro de malnutrición con consecuencias poco recomendables sobre la salud”, explica la doctora Monereo.
El efecto yoyó
El balance energético que regula el peso corporal reduce o aumenta el gasto energético dependiendo de la ingesta pero con una clara tendencia al ahorro de energía, de forma que si se aumenta la ingesta se incrementa levemente el gasto, mientras que si se reduce la ingesta la reducción del gasto es mucho mayor. Es decir, la respuesta tiende claramente a preservar la grasa corporal como reserva energética.
“La restricción alimentaria –explica la doctora Monereo- se acompaña de una respuesta metabólica y neuro-endocrina con disminución de la leptina y aumento del neuropéptido Y (NPY), que tiende a restaurar la ingesta y a reducir el gasto energético de forma que el sujeto no solo recupera o incrementa el peso perdido sino que cambia su composición corporal con tendencia a un mayor cúmulo de grasa”. A este respecto, someterse continuamente a restricción alimentaria con el fin de querer adelgazar sin plantearse la pérdida de peso como un cambio en el estilo de vida conduce al conocido fenómeno del yo-yo o del peso cíclico que hoy sabemos, en palabras del presidente de la SEEN, “que se acompaña de mayor peso final, mayor grasa a nivel abdominal a mayor inestabilidad emocional, a la aparición de trastornos de conducta alimentaria, al desarrollo con frecuencia de un síndrome metabólico, con incremento final del riesgo cardiovascular asociado a diabetes tipo 2 e hipertensión”.
Por tanto, hoy en día debe considerarse una irresponsabilidad inducir o aconsejar la pérdida de peso cuando esta no es necesaria o cuando no se reeduca al paciente de forma que sea capaz de mantener el peso perdido. “Solo se debe perder el peso que uno vaya a ser capaz de mantener en función de los cambios que sea capaz de realizar en su estilo de vida”, concluye la doctora Monereo. “Mantener de forma continuada una restricción de ingesta es muy difícil de conseguir, el ejercicio físico claramente ayuda y los fármacos antiobesidad probablemente sean imprescindibles”.
El papel del endocrinólogo
La obesidad es un problema crónico que implica un cambio del estilo de vida programado y progresivo a largo plazo, para el que no existen curas o remedios milagrosos. Según el profesor Lucas Morante, “se asocia al desarrollo de enfermedades concomitantes, de forma que sólo los endocrinólogos están capacitados para realizar un análisis completo del contexto de la obesidad, de si existen alteraciones hormonales que la provoquen, las comorbilidades que puede tener asociadas y el tratamiento más oportuno”.
“Se debe diagnosticar si el paciente tiene riesgo de hipertensión arterial, diabetes, hiperuricemia, síndrome metabólico, hígado graso, apneas del sueño, etc.”, añade el profesor Casanueva. “La información nutricional y de actividad física para una vida sana se puede propugnar desde las administraciones sanitarias o desde diversos colectivos de la comunidad sanitaria, como farmacéuticos, educadores sanitarios, enfermeros, dietistas, nutricionistas, etc. como una aproximación global al problema, pero nunca con la intención de realizar una participación o intervención terapéutica individualizada”.
Sin duda, el tratamiento de lo obesidad es complicado, aunque los expertos hacen hincapié en la necesidad de que los pacientes adopten una serie de medidas saludables. “Es necesario que se realice ejercicio físico mantenido y adecuado, que se adopten una serie normas alimentarías, dietas específicamente bien diseñadas y de alguna manera vida equilibrada desde el punto de vista organoléptico”, explica el profesor Moreno. “Además, es fundamental realizar una modificación de la conducta alimentaria, establecer normas de vida adecuadas y saludables, acompañadas de un uso controlado de las escasa opciones terapéuticas con las que contamos”.
A este respecto, el profesor Moreno explica que en tres o cuatro años contaremos con terapias que parecen ser prometedoras: “Vienen a ocupar espacios fundamentalmente en actuaciones del sistema nervioso central, fundamentalmente aumentando la saciedad o disminuyendo el apetito, y algunos otros pueden tener un efecto metabólico, por lo que además es más cercana la proximidad de utilización de fármacos en diabetes tipo 2 asociada a obesidad”.
Obesidad, un problema de salud pública de primer orden
La obesidad es un problema de salud pública de primer orden, que se asocia a una gran comorbilidad y coste sociosanitario. Cuando se trata de obesidad mórbida (aquellos pacientes con un Índice de Masa Corporal-IMC por encima de 40), las complicaciones son más graves y se presentan en un periodo más reducido de tiempo. A este respecto la obesidad mórbida por sí misma ya comporta una reducción manifiesta de la calidad de vida y entre 5-12 años menos de expectativa de vida (dependiendo de la edad de inicio de la obesidad mórbida), debido a las frecuentes complicaciones asociadas que acarrea.
El grado del trastorno en el peso corporal se clasifica según el Índice de Masa Corporal (IMC), hallado al dividir el peso en kilogramos por la altura en metros al cuadrado. Según el profesor Casanueva, “un IMC de entre 18,5 y 24,9 se considera normopeso, mientras que cuando este índice está entre 25 y 29,9 existe sobrepeso y cuando se tiene más de 30, existe obesidad”. No obstante, en España, se estima que más de la mitad de la población adulta tiene problemas de sobrepeso y casi nunca se acude a la consulta de Endocrinología, debido, en palabras de este experto, “a que aún hay falta de concienciación entre la población general sobre el hecho de que el sobrepeso y obesidad son un problema de salud, no de imagen ni de estética”.